El cuento hipercorto que presento hoy fue publicado en la misma antología que Camino, y como en su momento ya he subido la correspondiente portada y las dedicatorias, prefiero introducir ahora otra idea diferente.
Sucede que precisamente al publicar Camino, Alebé comentó que tenía un cuento que había ganado una mención y que “todavía le gustaba un poco”, lo cual me pareció una definición magistral
Efectivamente, muchas veces cuando pasa el momento, casi no nos reconocemos en lo que dejamos escrito. Hay cosas que definitivamente no nos gustan, y cosas que atesoramos como pequeñas joyitas de nuestra inspiración.
Esto ocurre porque pasado el tiempo, cualquier texto parece adquirir nuevos significados que trascienden la intención original, y que se develan por sí mismos, sorprendiendo al propio autor.
Ese aporte de Alebé me sugirió generar lo que llamaré la “escala gustométrica” que no tiene nada que ver con la calidad objetiva del cuento, la poesía o lo que sea, sino con la sensación vaga, subjetiva, cambiante e indefinible que precisamente es gustar o no gustar
Usaré para ello la habitual calificación de 1 a 10 y me comprometo a no torturarlos con mis aplazos.
En esa escala, este relato alcanza un modesto 6, y retroactivamente califico Camino con 7, y a Esa mujer, le otorgo un 8.
Sucede que precisamente al publicar Camino, Alebé comentó que tenía un cuento que había ganado una mención y que “todavía le gustaba un poco”, lo cual me pareció una definición magistral
Efectivamente, muchas veces cuando pasa el momento, casi no nos reconocemos en lo que dejamos escrito. Hay cosas que definitivamente no nos gustan, y cosas que atesoramos como pequeñas joyitas de nuestra inspiración.
Esto ocurre porque pasado el tiempo, cualquier texto parece adquirir nuevos significados que trascienden la intención original, y que se develan por sí mismos, sorprendiendo al propio autor.
Ese aporte de Alebé me sugirió generar lo que llamaré la “escala gustométrica” que no tiene nada que ver con la calidad objetiva del cuento, la poesía o lo que sea, sino con la sensación vaga, subjetiva, cambiante e indefinible que precisamente es gustar o no gustar
Usaré para ello la habitual calificación de 1 a 10 y me comprometo a no torturarlos con mis aplazos.
En esa escala, este relato alcanza un modesto 6, y retroactivamente califico Camino con 7, y a Esa mujer, le otorgo un 8.
Plácida tenía una manera de verse a sí misma que era por demás singular. Se sentía pequeña, vulgar y carente de importancia. En consecuencia, sus sueños, que eran siempre modestos, le parecían, no obstante, fantasías excesivas. Y renunciaba a ellos.
Una y otra vez renunciaba a sus diminutas aspiraciones, como si se resignara a no tener un imperio.
En primer lugar, renunció a ser amada, después renunció a enamorarse, con el tiempo también se resignó a no crecer.
Y es así que alcanzó esa extraña vejez que hoy ostenta, sin haber sido antes adulta, y sin haber conocido el amor.
Es muy probable que Plácida pase a la historia como la única persona que espera la muerte sin haber estado antes viva
Este cuento fue dedicado a una persona que amé profundamente, pero cuya vida transcurrió tan protegida y tan estilo siglo XIX que mil veces me pregunté qué rara magia le permitía ser una persona aparentemente feliz, satisfecha y en paz consigo misma.
Mil veces también me respondí que tal vez el secreto era precisamente no pedirle nada a la vida, sólo vivirla mansamente, colocando su caudal de amor en nosotros, sus sobrinos primero, y mis hijos después.
Su no crecer tuvo que ver con no salir del nido, en ningún caso con detenerse en el desarrollo, porque era lúcida como el que más, y lo demostró sobradamente cuando .de verdad era importante.
La paz que emanaba de toda su persona hizo que un día mi primogénito al ver a la Hermana Bernarda, suspendiera el zapping por un rato, y ante mi asombro por su aparente interés culinario aclarara:
-“Me importan un pomo sus recetas, pero me gusta verla, porque su serenidad y dulzura me recuerdan mucho a la Chicha”
Y tenía razón, porque salvo por el detalle no menor de que la Chicha era una mujer hermosa, se parecían ambas en su modo paciente y gentil.
Este cuento fue, pues un homenaje a la placidez de mi inolvidable tía, que por eso en la ficción se llamó precisamente Plácida. Y fue tanta su placidez que pareció pasar por la vida de puntillas, lo que casi fue como no pasar. Sin embargo al irse, también sigilosamente, pudimos comprobar que ese tránsito tan leve, había dejado profundas huellas en todos los que ahora la recordamos con tanta ternura.
Y para hacerle del todo justicia, debo decir que cuando lo creyó necesario, a diferencia de Plácida, la Chicha sí supo desempolvar armaduras para pelear contra los molinos de viento, pero eso ya es parte de otros recuerdos, que tal vez lleguemos a compartir…
Una y otra vez renunciaba a sus diminutas aspiraciones, como si se resignara a no tener un imperio.
En primer lugar, renunció a ser amada, después renunció a enamorarse, con el tiempo también se resignó a no crecer.
Y es así que alcanzó esa extraña vejez que hoy ostenta, sin haber sido antes adulta, y sin haber conocido el amor.
Es muy probable que Plácida pase a la historia como la única persona que espera la muerte sin haber estado antes viva
Este cuento fue dedicado a una persona que amé profundamente, pero cuya vida transcurrió tan protegida y tan estilo siglo XIX que mil veces me pregunté qué rara magia le permitía ser una persona aparentemente feliz, satisfecha y en paz consigo misma.
Mil veces también me respondí que tal vez el secreto era precisamente no pedirle nada a la vida, sólo vivirla mansamente, colocando su caudal de amor en nosotros, sus sobrinos primero, y mis hijos después.
Su no crecer tuvo que ver con no salir del nido, en ningún caso con detenerse en el desarrollo, porque era lúcida como el que más, y lo demostró sobradamente cuando .de verdad era importante.
La paz que emanaba de toda su persona hizo que un día mi primogénito al ver a la Hermana Bernarda, suspendiera el zapping por un rato, y ante mi asombro por su aparente interés culinario aclarara:
-“Me importan un pomo sus recetas, pero me gusta verla, porque su serenidad y dulzura me recuerdan mucho a la Chicha”
Y tenía razón, porque salvo por el detalle no menor de que la Chicha era una mujer hermosa, se parecían ambas en su modo paciente y gentil.
Este cuento fue, pues un homenaje a la placidez de mi inolvidable tía, que por eso en la ficción se llamó precisamente Plácida. Y fue tanta su placidez que pareció pasar por la vida de puntillas, lo que casi fue como no pasar. Sin embargo al irse, también sigilosamente, pudimos comprobar que ese tránsito tan leve, había dejado profundas huellas en todos los que ahora la recordamos con tanta ternura.
Y para hacerle del todo justicia, debo decir que cuando lo creyó necesario, a diferencia de Plácida, la Chicha sí supo desempolvar armaduras para pelear contra los molinos de viento, pero eso ya es parte de otros recuerdos, que tal vez lleguemos a compartir…
No olviden a los perritos y gatitos que esperan hogar y que les pueden regalar bellas aventuras una vez que los incorporen a su familia. Un abrazo y hasta el próximo sábado. Graciela.
P.S.: Recuerden que cualquier cosa que quieran usar de este blog debe incluir la mención de la fuente, porque todo en él tiene protección de propiedad intelectual.
13 comentarios:
Hola Mamá Pulpa, yo lo calificaría con un 8, a mi me gustó el cuento y con tu relato posterior más aún.
Espero sigas compartiendo tus escritos con todos nosotros.
Muchos besos!
Gracias, Luciana, sos generosa, sin dudas. La idea general del blog es precisamente agregarle algún comentario a los cuentos que ya están publicados, como para darles un plus. Si así no fuera, quedarían como en el libro, nomás, y no tendría ninguna gracia para mí simplemente cortar y pegar. Beso. Graciela
Me recuerda a alguien Plácida...
Por cierto, y el café?
Dayana Seguramente no te ves vos reflejada en ella. Y el café, lo coordinamos vía messenger. Un beso, Graciela
El cuento en si mismo, tiene dos características que me gustan mucho. Simplicidad y profundidad.
Dejando al lector sumido en extrañas cavilaciones.
El comentario posterior, complementa de modo perfecto el microcuento y abra a la vez, un espacio para la discusión de un tema que por lo menos, nos llevaría varios cientos de termos de mate y café discutir!
Voy a seguir investigando el Blog. Por cierto, muy bueno lo que vi hasta ahora!
Saludos!
Camilo, un gusto encontrarte aquí, después de haber conocido el estilo nanocuento en tu blog (Sigo esperando la llegada del idiota), que por cierto recomiendo a todos. Como habrás visto en los comentarios que allí te dejé, me superenganché con el estilo; tanto que pronto voy a postear mis propios intentos, con una referencia a la fuente inspiradora. Y por lo pronto, me gustaría linkearte desde aquí, si me das tu visto bueno.
Yo también seguiré explorando tu blog.
Hasta muy pronto!
Epa! Que gusto leer tus palabras Graciela.
Claro que tenés mi permiso para linkear los microcuentos de mi blog en el tuyo, para mi será un honor... no mejor dicho será un HONOR!!!
El hecho que disfrutes de la idea y te enganches para mi es lo máximo.
Claro que sería ya el nirvana si mi propuesta logra encaminarte en la estrecha senda de los microcuentos... espero leerlos pronto.
Y por supuesto, te espero por mi blog.
Saludos!
Entonces, Camilo, alcanzaste el nirvana, porque ya tengo escritos unos cuantos nanocuentos que iré dosificando según sople el viento, porque tengo muchísimo material para todas las etiquetas. Y ya agrego tu link, con mucho gusto, un abrazo, Graciela
¡Hola, Graciela!
(Te he dejado también un comentario en el post sobre los inmigrantes.)
Graciela: Después de mi último comentario en tu blog, en el que te sugería que visitaras el blog de Guillermo («Guerreros de luz») no encontré ningún nuevo comentario tuyo en mi blog. Por eso no regresé. Acabo de leer, después de tanto tiempo, tu respuesta a ese último comentario. Fui al texto sobre los inmigrantes, y no, no está tu nombre. Lo que escribiste no se publicó.
(Y debo decirte que yo también tengo desde muy chiquita una larga historia de pérdidas afectivas, pero los que no están siguen iluminando nuestras vidas con el sol de su recuerdo. Y estos pequeños homenajes vuelvan a traerlos a nosotros, con menos dolor cada día.)
Graciela: En mi familia, una familia de longevos, casi no hubo muertes durante unos 20 años. Luego, en unos pocos años, uno tras otro. Muy triste. Ahora estamos de nuevo en un período de calma. Que siga así por mucho tiempo.
Más tarde regreso para comentar tu cuento. Ya lo leí. ¡La tía Chicha! ¡Hermosos recuerdos! Y muy interesates tus reflexiones.
¡Saludos!
Carlos Alberto,
¡Da para creer en la telepatía! Justamente ayer pasé por tu blog y descubrí que no estaba mi comentario. Voy a volver a dejarlo en cualquier momento.
Y también precisamente ayer fui a conocer Guerreros de luz, pero leí en silencio, sin comentar. Nos seguimos leyendo, un beso, Graciela
Graciela: ¡Muchas gracias por la anécdota que dejaste en los comentarios de mi blog! ¡Muy impresionante! Sabias palabras las que quedaron dibujadas en ese grafitti. Sí, es una auténtica perlita. ¿Hablas alemán?
¿Así que conociste Alemania en los noventa? ¡Qué horrible debe haber sido ver el resurgimiento del neonazismo, y a los skinheads desfilando por las calles!
Fuera de eso, qué lindo debe ser viajar al exterior, visitar otros países, conocer el MUNDO. Yo nunca salí de la Argentina. ¡Mala suerte!
¡Un abrazo!
Posdata: Sería bueno que siempre dejaras un comentario en los blogs que visitas, aunque sea pequeño, una frase es suficiente. Es triste encontrar tantos blogs con comentarios en CERO. Además, si ven tu nombre, es posible que te devuelvan la visita.
Hoy, en un blog en el que sólo había dos, yo dejé diez comentarios. Unos pequeños y otros grandes. Anoche dejé cinco en un blog que tenía casi todos los comentarios en CERO. Pero no me devolvieron la visita. No lo entiendo.
En otro blog, que también tenía los comentarios en cero, dejé otros cinco comentarios. Su propietario vino cuatro veces a visitarme, pero siempre en silencio. Otro misterio.
Hola mamá Pulpa!
Tanto tiempo que no venía a visitarte. He estado desconectada sin teléfono y sin internet por 15 días así que ahora que estoy on line otra vez, aquí me tenés.
Me encantó lo de tu tía Chicha. Se ve que dejó su impronta.
Bueno, sigo viaje para otros blogs. No quería dejar de saludarte.
BACI, STEKI.
Carlos Alberto
A tus preguntas, sí efectivamente hablo alemán, y sí fue una experiencia fuerte ver a los skinheads en las calles. Sobre todo porque fue durante mi permanencia allá, cuando se produjeron incendios intencionales en las residencias de los trabajadores turcos. Todo muy duro, pero en el medio de ese contexto, el graffitti que te traduje, adquiría dimensiones aún más impactantes.
Respecto a leer en silencio en los blogs, nunca lo había mirado desde tu óptica. Tal vez tengas razón, y sea un poco triste no recibir comentarios, pero yo lo miro desde otro ángulo. Si no creo tener algo interesante que aportar, pienso que a los otros lectores les podría resultar tedioso leer mis comentarios. Como siempre, hay dos caras en cada moneda, y ambas son valiosas. Debo considerar tu sugerencia de hacer aunque sea una pequeña señal, decir presente para que el autor no se sienta tan solo, ¿verdad?
Un beso, Graciela
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