Después de haber presentado a la Hormiga Silvina como mi primera publicación, debo confesar que mi vocación literaria se remonta mucho más lejos en la historia.
Una o dos semanas después de que Dios dijera “Hágase la luz”, yo tenía cinco años y estaba terminando Primer Grado Superior, lo que es hoy el segundo grado (sí, encima de todo lo demás, era un monstruito precoz, pero no por voluntad propia: me mandaron a la escuela y punto, o mejor, puntos suspensivos… porque allí también hay una historia para contar).
Como venía diciendo al terminar mi segundo año escolar, ya estaba lista para escribir mi primer libro, y lo hice. Todavía recuerdo a las tías ayudándome a cortar hojas blancas de cuaderno en pequeñas páginas un poco más grandes que naipes, para doblarlas luego por la mitad, y coserlas con hilo y aguja, generando así un libro. Ellas fueron mis primeras editoras.
¡Inolvidables tías, que mis hijos heredaron para iluminar su infancia!
Una vez que prepararon el libro, yo comencé a escribir y dibujar mi primer cuento en él.
No recuerdo el título, pero si el tema: se trataba de unos pollitos (seguramente los elegí porque eran las únicas cosas que me resultaba fácil dibujar, ya que todavía sigo siendo una bestia para el dibujo) que eran perseguidos por un espantapájaros. El momento de más tensión en el argumento -el clímax de la historia- se producía cuando en su huida cruzaban a la carrera la calle, y casi los aplastaba el tranvía… Pero, mis queridos lectores, traten de no odiarme si los dejo con tan cruel intriga: ¡es que simplemente no recuerdo el desenlace!
Ese libro se perdió, como tantas obras magnas de la humanidad, pero sigo ilusionada con encontrarlo en alguno de los baúles que aún se conservan en la casa de las tías, ya que ellas atesoraban todos los recuerdos de nuestra infancia, inclusive cosas tan repugnantes como los dientes de leche que se llevaba el Ratón Pérez
Una o dos semanas después de que Dios dijera “Hágase la luz”, yo tenía cinco años y estaba terminando Primer Grado Superior, lo que es hoy el segundo grado (sí, encima de todo lo demás, era un monstruito precoz, pero no por voluntad propia: me mandaron a la escuela y punto, o mejor, puntos suspensivos… porque allí también hay una historia para contar).
Como venía diciendo al terminar mi segundo año escolar, ya estaba lista para escribir mi primer libro, y lo hice. Todavía recuerdo a las tías ayudándome a cortar hojas blancas de cuaderno en pequeñas páginas un poco más grandes que naipes, para doblarlas luego por la mitad, y coserlas con hilo y aguja, generando así un libro. Ellas fueron mis primeras editoras.
¡Inolvidables tías, que mis hijos heredaron para iluminar su infancia!
Una vez que prepararon el libro, yo comencé a escribir y dibujar mi primer cuento en él.
No recuerdo el título, pero si el tema: se trataba de unos pollitos (seguramente los elegí porque eran las únicas cosas que me resultaba fácil dibujar, ya que todavía sigo siendo una bestia para el dibujo) que eran perseguidos por un espantapájaros. El momento de más tensión en el argumento -el clímax de la historia- se producía cuando en su huida cruzaban a la carrera la calle, y casi los aplastaba el tranvía… Pero, mis queridos lectores, traten de no odiarme si los dejo con tan cruel intriga: ¡es que simplemente no recuerdo el desenlace!
Ese libro se perdió, como tantas obras magnas de la humanidad, pero sigo ilusionada con encontrarlo en alguno de los baúles que aún se conservan en la casa de las tías, ya que ellas atesoraban todos los recuerdos de nuestra infancia, inclusive cosas tan repugnantes como los dientes de leche que se llevaba el Ratón Pérez
Un día deberé escribir algo más sobre mis tías, aunque ya han campeado por las páginas de “Un dios para cada uno” que pronto iré posteando por capítulos, muy probablemente en una versión corregida y aumentada… o no.
En la foto, la autora de "Los pollitos y el espantapájaros", tal como se veía en el momento de escribir su obra.
En la foto, la autora de "Los pollitos y el espantapájaros", tal como se veía en el momento de escribir su obra.
Estas bellas mujeres son: en el centro la Clory, mi madre, a la izquierda, la tía Negra y a la derecha la tía Chicha; tal como eran antes de que yo llegara al mundo. Puede apreciarse que fueron miembros las tres, de una dinastía de genes de primera calidad.
El broche de oro de la historia vino a ocurrir por uno de esos giros que tiene a veces el destino, cincuenta años más tarde, cuando mi hija adoptiva Dayana, me hizo el obsequio de un libro también encuadernado a través de la costura, con el mismo amor de mis inolvidables tías. Por eso, Dayana, tu regalo, en el que complicaste a tu hermano virtual, el Pulpo, tuvo un plus del que recién ahora te estás enterando.
La alegría que generaste con ese regalo fue muy especial, por más razones de las que en el primer momento podías llegar a sospechar: por su propia calidad, por el cariño con que lo hiciste, y porque me devolviste mis tías, mi infancia y mis primeros pasos literarios ¡Los quiero, Mellis! ¡Gracias!
La alegría que generaste con ese regalo fue muy especial, por más razones de las que en el primer momento podías llegar a sospechar: por su propia calidad, por el cariño con que lo hiciste, y porque me devolviste mis tías, mi infancia y mis primeros pasos literarios ¡Los quiero, Mellis! ¡Gracias!
No dejen de recordar a los perritos y gatitos que esperan hogar y que les pueden regalar bellas aventuras una vez que los incorporen a su familia. Un abrazo y hasta el próximo sábado. Graciela.
P.S.: Recuerden que cualquier cosa que quieran usar de este blogdebe incluir la mención de la fuente, porque todo en él tiene protección de propiedad intelectual.
10 comentarios:
Es que los mellis somos unos tiernos, nos viene en el ADN... del lado de papá pulpo.
La pasé muy bien ayer, muy rica la comida y más deliciosa la compañía.
Estoy muy contenta con mi nueva flia del fondo del mar.
Saludos, cariños, besos y abrazos
¿Tierno Papá Pulpo? MMMMHHHH, bueno si usted lo dice... Bienvenida al fondo del mar
Seeee... el bichito de la escritura comienza desde pequeños. Igualito que el bichito de la música. Mi mamá suele contarme que cuando era apenas una bebé, me paraba en la cuna y agarrada de los barrotes me ponía a bailar la música de un tano cuyo nombre no recuerdo. Vueltas que da la vida, resulta que ahora no sólo soy una melómana, sino también italiana por adopción (y sin renunciar a mi Argentina querida).
Creo que era mi abuela paterna la que tenía un gusto particular por guardar los ombligos de sus hijos.
Y mi papá guarda los dientes postizos de una de sus tías... Seee... ese lado de la familia es bieeeennn raro...y no son los italianos.
Besos!
Pensar que yo creía que no había recuerdo más "ascogénico" (valga el neologismo) que los dientes de leche!!!
Grace, chicas... debo sumarme a la secta de ascogenismo, ya que yo conservo los dientes de mi primogénito (y únicogénito, je), su repugnante cordón umbilical (no se por qué extraña razon, algo me impide tirarlo al joraca cada vez que me muero de asquito al verlo), y hasta un mechón de su pequeña cabellera enrulada. Cosas de madre deben ser, no? ya les va a tocar... y vos, Grace... no creo que no tengas almacenado alguno de esos tesoros maternos por ahi...
Muero por saber si los pollitos pudieron zafar del tranvía y el espantapájaros... te preguntaste alguna vez por qué te ensañaste tanto con esos pobres poios? terapia por acá, por favor!!!
Besotes!!!
Ta lueeego...
Graciela: ¡Qué GRANDES esas tías! ¡Bravo por ellas! (Yo también soy tío, y les he leído mucho a mis sobrinos. Uno de ellos, a los 14 años, ya había leído «Soy leyenda», de Richard Matheson, y «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez.)
¡Qué suerte la de tus hijos! (Supongo que heredaron esas maravillosas tías, que ahora son tías abuelas.)
«A los pollitos casi los aplasta el tranvía...»
No, no, Graciela, esto no es justo. Me ha dolido el estómago... ¡Brrrrr! (¡qué frío) ¡Ufff...! ¡Ayayay!
Hacía mucho que no oía nada de la vida del Ratón Pérez...
Graciela: Se ve por tu foto de niña que tuviste una infancia muy feliz (también, ¡con esa madre!, ¡con esas tías!) ¿Porqué tan seria ahora?
¡Mucho gusto, Clory! ¡Mucho gusto tia Negra! ¡Mucho gusto, tía Chicha! ¡Las felicito por todo lo que hicieron por Graciela!
¡Saludos a Dayana!
Posdata: Si vas a visitarme a mi blog, Graciela, no entres a «Nos encontraremos en el infierno» (un blog que tengo desde ayer) mejor ingresa a «Gigantes que desaparecen».
¡Saludos!
¡QUE GRANDES ESAS TÍAS!
Graciela: Me fascinan los pasillos largos, los corredores en penumbras, los caminos rodeados de árboles gigantes (sobre todo en otoño), los puentes colgantes sobre los rios, las calles angostas, las veredas de baldosas rotas, los túneles del subterráneo al anochecer, en especial cuando soy el único que está caminando por sus solitarios y silenciosos interiores...
¡Saludos!
Taio,
no, no guardo esas asquerosidades, pero sí he almacenado otras cosas, como los primeros garabatos, las cartitas de amor filial, fotos a rolete y algunas batitas. Lo de los pollitos no es para diván, era una estrategia literaria para generar suspenso, ¿o no te has dado cuenta de que se trataba de un thriller?
De todos modos no puedo relatarte el desenlace porque no lo recuerdo, podríamos dejarlo como final abierto ¿te parece?
Carlos, respecto a los pollitos, te contesto lo mismo que a Taio. Respecto a las fotos, convengamos en que a veces las apariencias engañan. Ni fui la criatura más feliz del mundo, ni estoy triste ahora. Son las circunstancias de cada flash. La foto de autora es del día de mi quinto cumpleaños, tomada por un fotógrafo profesional en su estudio céntrico.
La actual es la del documento, que siempre la saca el enemigo.
Por otra parte, ninguna de esas bellas mujeres está ya entre nosotros, salvo por el recuerdo imborrable que dejaron atrás.
Y el largo pasillo que ves, que a mí también me fascinó, es la cinta transportadora de pasajeros del aeropuerto de Frankfurt.
Decididamente, las fotos no son siempre lo que parecen, como todo el resto de las cosas en la vida. Me alegro de tenerte en el blog como nuevo visitante, y voy a pasar por el tuyo, con mucho gusto.
Graciela
Graciela: Me has dejado helado. Es muy triste que Clory, la tía Negra y la tía Chicha no estén entre nosotros. Por raro que te parezca, ya les estaba tomando cariño (Por todo lo que hicieron por ti, Graciela. Con toda sinceridad, y un poco de tristeza, te digo que me hubiera gustado conocerlas. Esto tiene mucho que ver con tu talento para escribir, con tu talento para mostrarnos el cariño que les tenías a esas hermosas mujeres.) Yo he perdido a mi padre después de una penosísima enfermedad (en los primeros seis meses estuve perdido en un gigantesto abismo de tristeza del que parecía nunca iba a salir.) He perdido, también, a siete tíos y tías.
Muy gracioso lo que dices de la foto del documento. Yo no soy quien para decirte qué foto poner en tu blog (yo no he puesto la mía, estoy seguro que voy a salir ganando, y mucho, si lo dejo a la imaginación de los visitantes.) Sólo me llamó la atención que estuvieras tan seria, eso es todo.
¡Muchas gracias por haber dejado un comentario en mi blog! Fue un gusto que una geóloga dejara un comentario en el texto en el que hablaba de Douglas Mawson, un hombre que tenía tu misma profesión (nadie más si había molestado en dejar allí un comentario.) Fue mi primer texto.
(Anoche estuve en otro blog, el blog de un visitante que vive en España, Guerrero de luz, y me deleitó con los cariñosos recuerdos de su abuela, que tampoco está ahora entre nosotros. Deberías visitarlo. No había ningún comentario cuando yo llegué. Su nombre en azul está en mi blog, en los comentarios del texto «La histeria contra los inmigrantes». ¡Con qué cariño, con qué ternura, recuerda a sus abuelos!)
¡Saludos!
Carlos Alberto,
Te he dejado también un comentario en el post sobre los inmigrantes, que me pareció excelente.
Y debo decirte que yo también tengo desde muy chiquita una larga historia de pérdidas afectivas, pero los que no están siguen iluminando nuestras vidas con el sol de su recuerdo. Y estos pequeños homenajes vuelvan a traerlos a nosotros, con menos dolor cada día. Seguimos en contacto
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