Como recordarán ustedes, estamos visitando los dioses cultos, hoy conocemos uno más de ellos.
Capítulo 11.
El dios de la tía que leyó la Biblia.
Tradicionalmente casi toda familia católica de clase media tiene en su haber una tía solterona lo bastante desocupada y lo bastante aburrida como para haber leído la Biblia, en forma parcial casi siempre, y en forma inteligente casi nunca.
Porque lo que esa tía normalmente no tiene en su haber, es la menor pizca de conceptualización relativa a tanta lectura. Algo parecido a lo que advierten los autores en el prefacio de sus libros: cualquier semejanza con el espíritu del texto original es mera coincidencia. Es decir, para resumir, que leyó, pero no necesariamente entendió; no obstante lo cual se autoerige en experta incuestionable sobre los más variados intríngulis teológicos; y apoyándose en ellos, ha deformado aplicadamente las escalas de valores, los credos, y las jerarquías, transformando a su gusto todos y cada uno de los textos extractados de la Biblia, si no en su letra, por lo menos en su música. Es decir en el espíritu que aleteaba en cada párrafo antes de pasar por la feroz alquimia de su intelecto, a lo largo de todas y cada una de las circunvoluciones cerebrales puestas en juego para la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras.
Sagradas escrituras por las que hoy no reclamarían derechos de autor ni Juan ni Lucas ni Mateo ni Marcos, por verse impedidos de reconocerlas.
Anudar las perlas interpretativas de las lecturas bíblicas mencionadas, conduciría a un rosario más largo que la muralla china, y por cierto, sin su proverbial consistencia.
Vayan algunas como obsequio a la curiosidad del que lee, a condición de que no se entiendan como insultos a su inteligencia.
Así, por ejemplo, si esa tía lee algo relativo al ojo por ojo y diente por diente, rememora de inmediato al INCUCAI y se representa acto seguido una Junta de oftalmólogos trasplantando retinas, o de odontólogos ejercitándose en la moderna técnica del implante.
Visualizar un bife corriendo por el comedor, en procura de la vaca que le dio origen, es su respuesta interna la expresión “resurrección de la carne”.
La Parábola de los Talentos, maravilla de maravillas, no evoca para la tía que leyó la Biblia una rendición de cuentas por los dones recibidos de Natura. No se relaciona, para ella, en ningún caso con el balance de lo realizado, ni con la medición de la fecundidad o esterilidad de una vida… Pues no, nada de eso, esta dulce niña lee todo apoyándose en lo literal, y por ende, esta parábola pasa a ser la publicidad de un sistema bancario. La multiplicación de los talentos no es otra cosa que la capitalización de los intereses, y en suma, esta narración apologiza la capacidad financiera de algunos feligreses, y ridiculiza la falta de previsión de los derrochones que se equivocan de inversión, o peor aún, que ni siquiera se acercan al Sagrado Recinto de la Bolsa.
En algún otro lugar de las escrituras, los azotes a los mercaderes del templo no tienen para la tía, nada que ver con un dios ofendido por la desacralización y envilecimiento de su casa de recogimiento, sino más bien con una campaña de control de precios y calidad bromatológica. Ella cree a pie juntillas que los castigados eran evasores de impuestos, o tal vez contrabandistas de mercadería trucha; y ve asomando del bolsillo de ese Cristo enfurecido, una orden del juez municipal de faltas contra vendedores ambulantes no debidamente registrados en la Cámara de Comercio.
Aquella otra parábola del Sembrador, la hace internarse en largas disquisiciones edafo-agronómicas, de las cuales extrae la vibrante conclusión que expresa meneando la cabeza:
-“No es cuestión de sembrar en cualquier parte, si la tierra es pobre, debe ser antes fertilizada”.
Y en un alarde de coherencia, la va abonando por doquier, con las orgánicas deposiciones de su cerebro, que ha leído, digerido y fermentado debidamente las escrituras, a los solos fines de crear así un dios a su medida: reglamentado, pautado, con libreto, cuasi científico, cuasi-histórico y cuasi-comprensible.
Un dios paralelepipédico, como sus elucubraciones mentales; muy pedante, como se ha ido volviendo ella, al crecer de su conocimiento teológico; y por sobre todas las cosas, muy enigmático e impredecible, ya que nadie puede imaginarse siquiera, en qué ha de transformarse a lo largo del sorprendente camino que debe recorrer entre los ojitos, ávidos lectores de la Biblia, y la boca, hábil tergiversadora de cualquier interpretación medianamente aceptable, o lógica, o posible.
Hemos de asumir al menos, que este dios tiene algo que lo hace muy humano: el cúmulo de sus contradicciones.
En definitiva si no hemos de venerarlo, al menos mirémoslo con la benevolencia con que vemos la incongruencia de nuestros hermanos Homo sapiens sapiens, y esperemos sus inconductas con divertida afabilidad, aunque sólo sea con la secreta esperanza de merecer para nuestras propias gansadas la misma generosidad.
Y si hay un dios, que se haga cargo de una buena vez de conseguir un hogar para Alelí, a ver si me convence de su existencia.
Un abrazo y nos vemos el próximo sábado. Graciela,
Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea?
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2 comentarios:
Quién no conoce a alguien así...
Sí que los hay, Terox , Un beso
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