Todos los que me conocen saben que tengo perros y que ellos son FAMILIA.
Por eso no comprendo por qué algunas personas en cuanto llegan a casa me piden que los saque al patio o los mande a la terraza.
Después de todo yo he aguantado durante años a sus hijos, hermanitos, sobrinos, nietos, sobrino-nietos o lo que corno sea, que me han saludado besándome con labios pringosos y narices chorreantes de mocos, y nunca les dije que los lleven al patio o los dejen en sus casas.
Por otra parte mis perros no meten los dedos en la crema de las tortas o las masitas, no se tiran al piso a hacer berrinches, ni meten la cuchara en las conversaciones ajenas.
No juegan con las frágiles figuritas que adornan mis muebles, y tampoco dejan toda la casa revuelta cuando se van a dormir.
No son ellos los que piden a gritos más Coca Cola ni dan mordiscos de prueba a todos los bombones de la caja, o los bocaditos de una bandeja.
Ni me pasan manos llenas de pegotes de dudoso origen por la ropa o el pelo.
En definitiva, que quede claro. En mi casa los perros no son enviados al exilio cuando llegan visitas, a cambio de lo cual, yo tampoco dejo a los pequeños engendros alóctonos en la puerta de calle, aunque ganas muchas veces no me falten.
He dicho.
Un abrazo y hasta el próximo sábado. Graciela.
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