Como ustedes ya seguramente saben, una de mis múltiples locuras es el proteccionismo animal, y en relación con eso, me pidieron desde la Mesa de Proteccionistas que apelara a mi facilidad para desvariar sobre cualquier tema, y escribiera unos parrafitos para anexar a un documento a entregar en la Muni, como parte de la campaña por una ciudad responsable con relación a los perros y gatos callejeros.
Y me salió esto, que quiero compartir también con ustedes, ya que existe el serio riesgo de que el documento original duerma el sueño de los justos, como suele ocurrir cuando de petitorios ciudadanos se trata.
John Emerich Edward Dalberg Acton, 1er Barón de Acton (1834- 1902), dijo, con gran sabiduría, que “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, y esto viene a cuento porque el hombre, encaramado en su posición de animal más evolucionado, ha tomado ilegítimamente el poder sobre todos los demás, corrompiéndose en el proceso.
Y aquí corromper debe usarse en el sentido de viciar o pervertir, ya que tiene también otros significados, pero en su relación con los demás animales, el hombre en muchas situaciones demuestra una gran perversidad.
Esa perversidad comprende un rango variable de actitudes, desde las más abominables, tales como la tortura institucionalizada contra los toros de lidia, hasta las más sutiles que ocurren ante nuestros ojos de manera solapada pero continua, y que pocas veces generan el repudio que merecen.
Y me estoy refiriendo al hecho cotidiano de “no hacerse cargo”. No ser responsable por las consecuencias indeseadas de sistemas ideados por y para los seres humanos, o peor aún, para algunos seres humanos, porque el sistema urbano es fuertemente excluyente de todos los que se alejan de la norma.
Y así, no hay estructuras amigables para los seres humanos con capacidades diferentes, y muchísimo menos para los seres intrínsecamente diferentes, como son los animales.
Y el poder, que bien ejercido conlleva una altísima responsabilidad, no la asume en absoluto.
Porque es responsabilidad de las autoridades, entre otras muchas cosas de las que en los hechos se desentiende, la inclusión y tolerancia hacia los animales urbanos.
Una vez que el hombre asimiló al perro en su clan familiar, para su propio provecho, (ya que mejoró sus capacidades de cacería, guardia, orientación, búsqueda, etc., al incorporarlo), rompió con los controles naturales para el crecimiento demográfico de la especie, que hasta ese momento se reproducía de manera selectiva en sistemas sociales donde generalmente sólo el macho alfa procreaba.
Esa ruptura de un orden natural es responsabilidad humana, y hoy le toca hacerse cargo de ella, porque al descontrol ha sumado su propia intolerancia, resultando así que un componente natural del ecosistema urbano, como es el perro, se estigmatiza como un problema a resolver.
Ante su propia incapacidad para convivir con esos animales de manera respetuosa y ética, recurre a prácticas inaceptables para reducir drásticamente el número de animales callejeros.
Prácticas, que además, por la crueldad implícita, degradan moralmente al propio humano que las ejecuta, ordena y /o permite.
Los proteccionistas exigimos por esto una política de castraciones masivas y gratuitas como un primer paso para que los efectos se vean de manera próxima.
Pero la verdadera solución pasa por una nueva educación donde los humanos entendamos que los animales tienen tanto derecho como nosotros mismos a la vida, el amor, el cuidado y el respeto.
El cambio que se impone es de mentalidad, y no es una utopía.
Ya hay señales desde países tradicionalmente relacionados con la crueldad contra los animales, cuyos pueblos han protagonizado un despertar de su conciencia, y han comenzado a declarar provincias y/o comarcas libres de prácticas sádicas institucionalizadas. Estoy hablando de estados antitaurinos en la propia España, por ejemplo.
Esto significa que una educación más moral es posible, y ésa es la única solución a largo plazo, tanto para éste como para cualquier otro problema de relación entre seres vivos y sensibles, por muy diferentes que sean en el aspecto externo.
Y en el marco de ese amor y ese respeto, vuelvo a pedir un hogar para Tammy, que lleva una vida soñando con obtenerlo.
Un beso, y nos vemos el próximo sábado. Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea? Graciela.
Y me salió esto, que quiero compartir también con ustedes, ya que existe el serio riesgo de que el documento original duerma el sueño de los justos, como suele ocurrir cuando de petitorios ciudadanos se trata.
John Emerich Edward Dalberg Acton, 1er Barón de Acton (1834- 1902), dijo, con gran sabiduría, que “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, y esto viene a cuento porque el hombre, encaramado en su posición de animal más evolucionado, ha tomado ilegítimamente el poder sobre todos los demás, corrompiéndose en el proceso.
Y aquí corromper debe usarse en el sentido de viciar o pervertir, ya que tiene también otros significados, pero en su relación con los demás animales, el hombre en muchas situaciones demuestra una gran perversidad.
Esa perversidad comprende un rango variable de actitudes, desde las más abominables, tales como la tortura institucionalizada contra los toros de lidia, hasta las más sutiles que ocurren ante nuestros ojos de manera solapada pero continua, y que pocas veces generan el repudio que merecen.
Y me estoy refiriendo al hecho cotidiano de “no hacerse cargo”. No ser responsable por las consecuencias indeseadas de sistemas ideados por y para los seres humanos, o peor aún, para algunos seres humanos, porque el sistema urbano es fuertemente excluyente de todos los que se alejan de la norma.
Y así, no hay estructuras amigables para los seres humanos con capacidades diferentes, y muchísimo menos para los seres intrínsecamente diferentes, como son los animales.
Y el poder, que bien ejercido conlleva una altísima responsabilidad, no la asume en absoluto.
Porque es responsabilidad de las autoridades, entre otras muchas cosas de las que en los hechos se desentiende, la inclusión y tolerancia hacia los animales urbanos.
Una vez que el hombre asimiló al perro en su clan familiar, para su propio provecho, (ya que mejoró sus capacidades de cacería, guardia, orientación, búsqueda, etc., al incorporarlo), rompió con los controles naturales para el crecimiento demográfico de la especie, que hasta ese momento se reproducía de manera selectiva en sistemas sociales donde generalmente sólo el macho alfa procreaba.
Esa ruptura de un orden natural es responsabilidad humana, y hoy le toca hacerse cargo de ella, porque al descontrol ha sumado su propia intolerancia, resultando así que un componente natural del ecosistema urbano, como es el perro, se estigmatiza como un problema a resolver.
Ante su propia incapacidad para convivir con esos animales de manera respetuosa y ética, recurre a prácticas inaceptables para reducir drásticamente el número de animales callejeros.
Prácticas, que además, por la crueldad implícita, degradan moralmente al propio humano que las ejecuta, ordena y /o permite.
Los proteccionistas exigimos por esto una política de castraciones masivas y gratuitas como un primer paso para que los efectos se vean de manera próxima.
Pero la verdadera solución pasa por una nueva educación donde los humanos entendamos que los animales tienen tanto derecho como nosotros mismos a la vida, el amor, el cuidado y el respeto.
El cambio que se impone es de mentalidad, y no es una utopía.
Ya hay señales desde países tradicionalmente relacionados con la crueldad contra los animales, cuyos pueblos han protagonizado un despertar de su conciencia, y han comenzado a declarar provincias y/o comarcas libres de prácticas sádicas institucionalizadas. Estoy hablando de estados antitaurinos en la propia España, por ejemplo.
Esto significa que una educación más moral es posible, y ésa es la única solución a largo plazo, tanto para éste como para cualquier otro problema de relación entre seres vivos y sensibles, por muy diferentes que sean en el aspecto externo.
Y en el marco de ese amor y ese respeto, vuelvo a pedir un hogar para Tammy, que lleva una vida soñando con obtenerlo.
Un beso, y nos vemos el próximo sábado. Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea? Graciela.
2 comentarios:
El hombre es el más evolucionado, aunque ello no lo convierte en el más sabio de este planeta. Pensar en el bienestar de TODOS los seres vivos con los que compartimos este mundo puede ayudarnos a cambiar aquello que es corrupto de esta civilización. Un saludo y suerte con esta noble tarea!
Hola, Gustavo , ojalá consigamos despertar algunas conciencias, con eso alcanza, porque el ejemplo cunde, Un beso Graciela
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