Como hice ya en el post anterior dedicado a este libro por entregas, ocupo un capítulo más en documentar esos recuerdos vagos pero imperecederos de la primera y muy remota infancia.
AUTOBIOGRAFÍA BIZARRA
por Graciela L.Argüello
CAPÍTULO IX
por Graciela L.Argüello
CAPÍTULO IX
Los que siguen son apenas unos muy deshilvanados recuerdos de aquella época perdida en los umbrales de la Prehistoria, en los que yo tenía menos de tres años, pero que si mi inocente cerebro infantil archivó y no olvidó nunca más, por algo será.
Es curioso el modo en que la memoria selecciona, pero lo sepamos o no, tendrá su propia lógica, y en honor a ella, (a la lógica, no a la memoria) documento a continuación esos retazos de crónicas, que no serán marcianas, pero por lo menos sí son medio extraterrestres. Efectivamente, los de mi generación hemos habitado un planeta distinto.
Un planeta en el que salir a la calle no era como hoy una lotería en que el premio mayor que podés sacarte es volver a tu sweet home vivo. Si además lo hacés con todas las posesiones que llevabas al abandonar el refugio hogareño, entonces ya no sos afortunado, sino un caso de estudio.
En ese planeta distinto, además, a los niños se nos permitían ciertas licencias, como hacer amigos entre los adultos del barrio, que no eran vistos como potenciales amenazas ni pedófilos encubiertos, sino más bien como gente comedida a la que convenía conocer porque serían tus protectores en caso de necesidad.
Uno de esos adultos tenía un patio que lindaba alambrada (no tapia de cemento sino una simple alambrada de las de gallinero, con algunas plantas enredadas en ella) de por medio con el nuestro. No recuerdo bien el nombre porque no estoy segura de haberlo aprendido bien siendo yo tan pequeña, pero era algo así como "Don Solvera" o Soldera o algo semejante, pero a quien los tres hermanitos Argüello llamábamos don Sordera, sin que eso le molestara en lo más mínimo, porque era el anciano más apacible del que tengo memoria, salvo mi propio nono.
Y ahora que digo anciano, tal vez ni siquiera lo era. Porque para nosotros toda edad superior a los quince años era rancia.
Y hago acá una digresión, una más entre tantas, porque recuerdo que yo solía decir muy suelta de cuerpo que no quería casarme ni tener hijos mientras fuera joven. No iba a hacer ninguna de las dos cosas antes de los 19 años, cuando ya habría pasado la juventud.
Volviendo a don Sordera, para nosotros era un vecino casi mítico, porque tenía cualidades que rondaban lo fabuloso: tenía un gallinero y algunos conejos. Huelga decir que eso nos llevaba una y otra vez a pegarnos al alambrado para observar la actividad en su patio, hasta que nos invitaba a visitar sus animales y allá íbamos más que felices, porque ya sabíamos también que nunca volvíamos con las manos vacías. Cuando no eran unos huevitos para mamá, eran unos caramelos para nosotros, o al menos con el recuerdo de la eterna y amable sonrisa de ese vecino tan cordial como hoy ya no tengo.
Ahora que lo pienso, tal vez la lógica de mi memoria para atesorar ese recuerdo en particular, era simplemente poder un día homenajear a ese vecino tan gentil y generoso.
También habrá sido ésa la razón por la que recuerdo el almacén del barrio, donde íbamos con la Clory, y siempre nos daban una "yapa", consistente en un cucurucho de papel en el que cabían algunos gramos de unos caramelitos muy diminutos y de todos colores, que no podían ser más ricos, y que los tres chicos compartíamos muy armoniosamente en público, aunque en casa nos peleáramos como salvajes por el último que quedara.
Otras veces la yapa era un gordo e irregular grisín para cada uno. Por las trampas de la memoria, por mucho que pruebe grisines de todas las panaderías habidas y por haber, nunca encontré ninguno que se compare con aquéllos.
Y otra vez se me ha hecho el post más largo de lo calculado. Mirando atrás parece mentira que todavía tenga otros recuerdos que contarles, de hechos acontecidos antes de mi tercer cumpleaños. Pero ya llegaremos allí. Por hoy tienen bastante.
Un abrazo y hasta el próximo sábado. Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea? Graciela.
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