Hoy les traigo el muy demorado Capítulo XI de mi poco convencional autobiografía.
AUTOBIOGRAFÍA BIZARRA
Capítulo XI
Cuando en un post anterior anduve revolviendo el cieno del fondo abismal de mis memorias infantiles, aparecieron más perlitas que las que creía posible hallar, y son esas perlitas las que les traigo en este post.
Decía en otro momento que esta biografía sólo es el recuento de recuerdos inconexos, cuando de mi corta historia en la casa de B° Alberdi (la primera en que me tocó vivir) se trata.
Y viene entonces a mi mente la imagen de uno más de mis juegos favoritos.
Pero primero les cuento el contexto. Desde siempre mis tías intentaron -sin éxito, como ya habrán comprendido si vienen leyendo mis blogs desde hace tiempo- hacer de mí el paradigma de la niñita dulce y dócil que se consideraba la más virtuosa en esa época.
Por ende, en cada cumpleaños, Navidad, Reyes, día del Niño, o acontecimiento que fuera, los regalos para mí eran invariablemente jueguitos de cocina, planchitas y cosas por el estilo, pero por sobre todo, muñecas.
Creo que llegué a tener hasta cuarenta muñecas al mismo tiempo en la infancia. Y yo no las encontraba para nada interesantes si se trataba de vestirlas, peinarlas o sentarlas a tomar el té, pero...
Apelando a la imaginación, yo supe encontrar el lado divertido a tanta profusión de niñitos de juguete. Y ya en la más "¿tierna?" infancia, mis hermanos y yo jugábamos a los bomberos.
Yo era siempre la dueña de la casa en llamas, y desde ella arrojaba por la ventana a las muñecas, que mis hermanos (los bomberos) rescataban en una sábana de las propias cunitas de juguete, que extendían a los pies de la mencionada abertura.
El juego era delicioso, porque siempre agregábamos detalles emocionantes al cuento.
Pero además era subliminalmente didáctico, porque así fue que aprendí a distinguir materiales según su comportamiento reológico.
No sabía tal vez separar por su nombre la loza del trapo, o la porcelana del paño lenci; pero pronto supe que según de qué estuvieran hechas algunas muñecas resistían los choques, mientras que otras cedían por deformación o por ruptura.
Esos fueron mis primeros conceptos relativos a la tenacidad de los materiales.
¿Habré tenido ya la premonición de lo útil que sería luego ese conocimiento en mi desempeño profesional? ¿O simplemente la pasaba bien, aprendiendo de paso que la experimentación es vital en la construcción del conocimiento?
No tengo respuestas, pero esas tardes tirando muñecas por la ventana se cuentan entre los recuerdos más gratos (y los juegos más dulces, jejeje) de mi infancia.
Mucho más adelante les contaré la evolución de ese juego rudimentario hacia argumentos muy elaborados que fueron tal vez el inicio de esa parte de mí a la que se le da por escribir cuentos y otras yerbas.
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