Capítulo 17
El Padre:
Este capítulo me
entremezcla las carencias: siempre que pienso en la clase de dios que querría
venerar, se parece sospechosamente al padre malcriador que seguramente podría haberme
hecho más alegre la infancia.
Y cuando quiero imaginarme
la clase de padre que habría querido tener cuando niña, lo colmo a tal punto de
virtudes, que ya es casi la Perfección misma, y por serlo tiene mucho de un dios.
Pero si en suma
pudiera ser la creadora de este dios Padre, sería un dios perdonador y
cariñoso, con una marcada inclinación a llamar travesuras a todos mis errores;
y con una dudosísima autoridad, que se acordaría de poner en juego cada tanto,
para invitarme a crecer, siquiera un poco, y siquiera en algunos aspectos.
Sería éste un dios
muy aconsejador y proverbiero, erudito y filosófico, que me iría guiando con
dulzura para hacerme un poquito mejor, aunque debiera recurrir cada tanto a
algunos sermoneos, y debiera algunas veces ponerme en penitencia.
Pero este dios
debería necesariamente colmarme de mimos y atenciones, convirtiéndose por ello
en un derrochador de milagros, ya que andaría por mi vida, como un padre aterciopelando
las aristas de las cosas contra las que yo tuviera que chocar, y abriéndome los
brazos consoladores, cada vez que mi alma volviera de sus búsquedas, con las
rodillas sangrando, y los ojos llenos de lágrimas.
Sería este dios
paternalista, el refugio más seguro, y la guía más propicia, pero tendría que apelar
a toda su paciencia cuando yo me trepara a su regazo, para reclamarle toda la
ternura que mi corazón insaciable le andaría exigiendo todo el tiempo.
Y, como este dios
es tan igual a un padre, sería también algo mandón y tendría una notoria
debilidad por los decálogos de máximas, por los preceptos, las prescripciones y
los tabúes. Todo lo cual despertaría mi innata rebeldía, revelando el abismo
generacional yacente entre nosotros. Y descubriendo de ese modo las
limitaciones, me encontraría asombrada con la dura realidad de su imposible
existencia como Dios. No, este dios tan padre, no llega a ser perfecto, ya que
le pone fronteras caprichosas a la libertad. Busquemos en otra parte tal vez en
el dios amigo.
Y hablando de amigos, ¿qué tal si le dan a Bombona el hogar amigo que tanto necesita?
Un abrazo y hasta el próximo sábado. Graciela.
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