Hoy sigo con un nuevo capítulo de estos recuerdos hilvanados en forma de autobiografía, sincera y real, pero contada con humor. Después de todo, ¿qué vida no tiene algunas aristas cómicas al mirarla en retrospectiva?
CAPÍTULO VIII: Recuerdos sueltos en una nebulosa
por Graciela L.Argüello.
Todos estos son apenas retacitos de recuerdos, porque son de hechos que tuvieron lugar antes de la mudanza desde la casa de la calle Santa Rosa, cosa que ocurrió cuando yo sólo tenía tres años, no sé si cumplidos o por cumplir, porque sé el año, pero no el mes en que dejamos ese domicilio, y mi cumple es casi al fin de cada año..
Lógicamente por ese motivo, no hay muchos detalles en lo que puedo contarles. Sólo se me han grabado pequeños fragmentos, por su fuerza emotiva tal vez, o por no sé qué caprichos de la memoria.
Recuerdo por ejemplo, largas siestas de verano, en que salíamos los tres hermanos y la Clory, a cazar mariposas por la vereda de nuestra casa. Hoy comprendo lo distinto que es el ambiente urbano en nuestros días, cuando ver una mariposa es una rareza, mientras que en mi infancia eran legión. Da pena pensarlo.
Y muchos años después supe que esa salida era un escape de una situación familiar que venía barranca abajo y que culminaría con la separación de mis padres, cuando yo tenía ya casi cuatro años.
Pero no adelantemos el argumento porque sería un auto-spoiling, valga el neologismo.
Otro de los retacitos de historia que mi memoria atesora, es el juego del afilador.
No sé qué efecto de fascinación ejerció sobre nosotros ese modesto oficio, pero era un juego recurrente entre los hermanos poner el triciclo patas arriba, para hacer girar la rueda en el aire remedando un poco el giro de la piedra de afilar, tocar una armónica de plástico y gritar "¡Afilador!".
Por turnos éramos el afilador o sus clientes, y pasábamos lo que hoy creo que eran horas, entretenidos de esa manera.
A ver psiquiatras, ¿qué leen en esa fascinación colectiva?
¿Habrá tenido que ver con el arcaísmo, que por ese entonces no era tal, de llamar "afilar" a la actividad de cortejo romántico?
¿Habrá tenido que ver con nuestro deseo de tener los cuchillos bien afilados, porque por ese entonces, siendo los tres muy pequeños, nos daban unos cubiertos también chiquitos y sin filo, que nos causaban gran frustración, porque al final los adultos tenían que darnos la comida ya cortada? Eso era un atentado a nuestra dignidad, ya que los tres fuimos precoces- por no decir agrandados- desde siempre.
¿O habrá sido simplemente un homenaje a ese trabajador que nos parecía tan libre y peculiar, recorriendo las calles con una armónica, como una especie de músico ambulante con plus?
Nunca lo sabré, pero ése era uno de nuestros juegos favoritos.
Iba a contarles otros, pero ya se ha hecho largo el post. Será para el próximo capítulo.
Un abrazo y hasta el próximo sábado. Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea? Graciela.
La foto que ilustra el post es de Guille, tomada en un Parque de mariposas en USA.
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