Bartimeo, Federico Alfonso y Elvira Inés, los ángeles del blog.

sábado, 26 de abril de 2025

Otro paso en mi autobiografía bizarra

Cuando uno se pone a hurgar en el revoltijo que es la memoria, aparecen de pronto recuerdos que por alguna razón han quedado anclados allí, pese a ser muchas veces de verdad irrelevantes.

Y es el caso de los sillones azules.

Fueron los dos sillones y el sofá que constituían parte del mobiliario original de mi primera infancia. Estaban bellamente tapizados en una tela con grandes flores sobre un fondo azul, y sin que sepa yo muy bien por qué, adquirieron tal protagonismo que hasta aparecen mencionados en mi cuento "Papá oso verde".

Aunque si lo pienso un poco más, cumplían muchas funciones. La más divertida era tal vez la de permitirnos saltar sentados en los grandes almohadones que nos regalaban un cierto grado de rebote en ese juego infantil.

Pero eran también imaginarios vehículos de gran versatilidad, porque un día eran colectivo y al siguiente nave espacial, o sala de teatro, según cómo  los "tres hermanos Macana" (como ha dado en llamarnos el Pulpo cuando ha ido conociendo algunas de nuestras infantiles ocurrencias) nos dispusiéramos en ellos, y los distribuyéramos a su vez en la habitación que funcionaba como sala de estar. 


La ventaja de esos sillones era su relativa liviandad que nos permitía- uniendo nuestras escasas fuerzas los tres Macana- acomodarlos de frente, espalda con espalda o en fila, para ir creando espacios diferentes. En ellos tal vez, nació nuestra  precoz creatividad.

Eran esos sillones, además, guardianes de tesoros y proyectos en curso, ya que bajo sus almohadones escondíamos los dibujos en proceso, con los que obsequiábamos a nuestra madre y tías en fechas especiales, tales como cumpleaños o días de la madre, del maestro o de los correspondientes santos.

Mientras fuimos pequeños estábamos convencidos de que esos garabatos eran obras de arte dignas de ser custodiadas con celo hasta el momento de su solemne entrega al destinatario del caso.

Esos sillones duraron hasta mi adolescencia, cuando nuestra primera perra, la collie Diana, se encargó de destruirlos y generar su reemplazo por los "sillones rojos", que también acuñaron su historia, pero eso ya es motivo de otro post del futuro.  

En la foto pueden ver parte de esos sillones, que formaban parte del fondo de la fotografía de mi hermano el Bochi, con su traje de comunión.

Un abrazo y hasta el próximo sábado.Graciela. 


Espérenme con la noticia de que le dieron hogar a un perrito o gatito de la calle, ¿les gusta la idea?
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