Ya habrán leído ustedes los cinco capítulos anteriores, de modo que ya sabrán de qué se trata. Si no lo han hecho, están a tiempo de leerlos antes de ver este post.
Éste es, entonces el capítulo de hoy.
Capítulo VI: Mi padrino.
Cuando yo tenía apenas 20 años, murió mi padrino, a la edad de ochenta años o algo más. Es decir que siendo más de 60 años mayor que yo, casi casi se lo podía definir como un caballero de fines del Siglo XIX y comienzos del XX.
Diría que estaba en el top ten de los hombres más refinados y gentiles que conocí en mi vida. Y tan gentil era, que decía de mí que tenía una "belleza exótica". Por supuesto, mis hermanos y yo acudimos al "mataburros"- como la Clory llamaba al diccionario- en procura de desentrañar los misterios de tal expresión.
Y fue entonces que leímos que "exótico" quiere decir "de otro lugar".
Bastó saberlo, para que mis hermanos comenzaran a mortificarme, señalando que ésa era una manera amable de no decirme fea, lisa y llanamente. Y así lo pensé por mucho tiempo. Sólo después, ya grande, comprendí que mi padrino, llamado Salvador (nombre que bien le cuadraba), había sido mucho más que gentil, había sido generoso.
Porque hablar de mi belleza exótica, dejaba abierta la puerta a la posibilidad de que "en otra parte" se me considerara bella...porque lo que es acá...
Pero antes de que salten a consolarme, les digo que no hace falta, porque tan mal no me trató la vida, pese a no ser nada deslumbrante. Y como cantaba Tita Merello: "la fealdad que Dios me dio, mucha mujer me la envidió".
Porque tal vez, no ser Liz Taylor, me permitió cultivar otras cualidades mucho más duraderas, o al menos que a mí me vienen durando y redituando más.
Como le podrían redituar las suyas a cualquiera de los perritos callejeros, si hubiera suficiente gente capaz de reconocerlas, tras su belleza exótica, hasta el punto de abrirles su corazón y regalarles una familia.
Un abrazo y hasta el próximo sábado. Graciela.
P.S.: Recuerden que cualquier cosa que quieran usar de este blog debe incluir la mención de la fuente, porque tiene protección de propiedad intelectual.
7 comentarios:
Tu padrino me hizo pensar en Adolfo Bioy Casares, definido como «todo un caballero» por las mujeres que lo conocieron y admiraron.
(Nota: No por María Kodama, pero este es otro tema. Hasta la luna tiene su lado oscuro.)
En cuanto a las mujeres consideradas verdaderas bellezas (en su tiempo y lugar), parece que, desde pequeñas, ven la vida de un modo muy diferente a las demás.
Creo (no es un tema que yo conozca a fondo, pero sería interesarte ahondarlo) que desde muy temprano, estas mujeres notan que tienen un gran poder sobre los varones.
Además, parece que afrontar la vida (en general, para todo hay excepciones) les resulta más fácil que a las otras.
No tienen que esforzarse tanto para alcanzar sus metas: las puertas se les van abriendo con mayor facilidad. (Ni siquiera tienen que empujarlas. Se abren solas, como las de la nave estelar Enterprise de «Viaje a las estrellas» o las de los centros comerciales.)
Como dije, no conozco demasiado el tema. Por eso lo dejo ahí.
Nota final: Me voy a alimentar a Chasman y Chunchuna, los gatos semisalvajes que viven en el parque que rodea al edificio.
¡Saludos!
Hola, Carlos Alberto . Interesantes tus apreciaciones, y provechosas, porque vengo a darme cuenta de algo importante: las bellezas deslumbrantes no necesitan ejercitar otros talentos para abrirse puertas, ergo, no ser una Marilyn tiene la ventaja de forjar un carácter. Todo lo que hayamos logrado las demás mujeres es resultado de verdaderos méritos. ¡Gracias por arrojar luz sobre eso, mi querido amigo.
Un abrazo. Graciela.
He recordado una película de Woody Allen que vi por segunda vez hace pocas semanas: «Blue Jazmine».
Jasmin (Cate Blanchett) es una mujer alta, bella, refinada. Casada con un experto en finanzas, ha llevado una vida de lujo durante la mayor parte de su vida adulta.
Su hermana, Ginger (Sally Hawkins), una mujer de clase media baja, no es una de esas mujeres a las que les arrojan piropos cada dos pasos. Trabaja en una tienda, vive en una casa humilde y está de novia con un mecánico.
En algún momento, hablando con alguien, Ginger comenta, con cierta amargura, que a su hermana «le tocaron los genes buenos».
Pero los que vieron la película, saben que tener dinero y belleza no es garantía de éxito y felicidad.
He recordado algo más.
El recuerdo me llegó de la autobiografía de Isaac Asimov (I, Asimov).
Dice Isaac:
«Mi solitario corazón buscaba algo en esa época, y no era belleza. Había tenido belleza a montones y no había funcionado. Buscaba algo más, no sabía qué, y puede que ni siquiera me hubiese dado cuenta, al menos conscientemente, de que estaba buscando algo.
Quizá lo que deseaba era cariño, afecto amable y sin exigencias. La belleza era algo superfluo. No importa lo que estuviera buscando, lo encontré en esa cena.
Janet era afectuosa, sencilla, alegre y no disimuló que estaba encantada de estar conmigo. Para el final de la cena, me parecía guapa y desde entonces no he cambiado de opinión. Cuando entra en un recinto y veo su rostro, mi corazón, todavía ahora, salta de alegría.»
Hola, Carlos Alberto , me encantan las citas que publicaste, sobre todo la de Asimov, que además es uno de mis autores favoritos, tanto en ficción como en divulgación científica. Un beso.
¿Asimov es uno de tus autores favoritos? Ah, qué bien.
En mi biblioteca (me está rodeando, en completo y solemne silencio) hay casi cien de sus libros.
En cuando a su autobiografía (sólo tengo el tercer tomo, el único que se presentó en las librerías de Buenos Aires), la he leído tantas veces, que ha perdido las tapas (tapas negras, duras) y se han descosido varios conjuntos de hojas.
Quisiera tener todos los libros de Asimov. Como sabes, son varios cientos. Pero sé que eso es imposible.
El último de sus libros, el que preparó su hermano Stan tras la muerte de Isaac, con las cartas que les enviaba a sus admiradores («Yours, Isaac Asimov: A Lifetime of Letters»), ni alcanzó estas playas ni se tradujo al castellano.
Lo mismo ha pasado con los últimos libros de (por ejemplo) Michio Kaku y Ray Kurzweil. Tampoco llegaron a Buenos Aires. No me explico por qué.
Es todo un misterio.
Me has puesto verde de envidia, Carlos Alberto, ¡yo estaba tan orgullosa de mi modesta media docena de libros de Asimov! Aunque, claro, también he leído mucho de él en la biblioteca circulante. Un abrazo. Graciela.
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